Cuando hablamos de ictus nos referimos a un trastorno brusco en la circulación sanguínea, que altera la función de una determinada región del cerebro. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) constituyen la tercera causa de muerte y la primera de invalidez en los adultos.
Habitualmente tenemos en mente que las principales alteraciones asociadas a un ictus son, problemas motores y trastornos del lenguaje, y si bien es cierto, que son las alteraciones más evidentes, también se presentan alteraciones cognitivas (dificultades atencionales, memoria, visuoperceptivas…) y alteraciones conductuales y/o emocionales, siendo todas ellas igual de discapacitantes.
Es importante prestar especial atención a estas últimas alteraciones, las emocionales, y detectarlas precozmente, porque influyen en la recuperación y en el proceso rehabilitador. Y son alteraciones que se pueden beneficiar del tratamiento farmacológico y/o de terapia cognitiva.
El sufrir un ictus es una experiencia traumática, es muy frecuente que tras el ictus aparezcan sentimientos de frustración, de ansiedad, cambios bruscos de humor y depresión.
La depresión es una de las alteraciones emocionales más prevalentes, que puede ser como consecuencia a la reacción frente a la discapacidad y en otras ocasiones, producto de los cambios que se han producido tras el daño cerebral en las redes neuronales que procesan las emociones.
Pero, ¿Qué entendemos como depresión en las personas que han sufrido un ICTUS? Normalmente lo asociamos a tristeza, pero se demuestra de muchas otras maneras, presentando síntomas anímicos (irritabilidad, ansiedad…), conductuales (pérdida de la capacidad de interesarse y disfrutar de las cosas, apatía…), cognitivos (disminución de la atención y concentración, fallos de memoria…) y físicos (alteraciones del sueño, alteraciones del apetito, cansancio exagerado…).
Estas alteraciones pueden ser tratadas combinando el apoyo psicológico, el soporte psicosocial a largo plazo y el tratamiento farmacológico adecuado.
El apoyo psicológico se basaría en trabajar estrategias que permitan aumentar los mecanismos de afrontamiento, para fomentar una mejor adaptación. Es importante ayudar al paciente a expresar y reconocer sus emociones, corregir las percepciones erróneas y tomar conciencia de la necesidad de ajustar sus planes para el futuro.
Como apoyo psicosocial, es muy importante el papel del entorno inmediato del paciente (familia y amigos), para que puedan entender lo que está sucediendo y le puedan ayudar a readaptarse a la nueva situación, con información y asesoramiento del proceso que está viviendo su ser querido.
También hay múltiples opciones farmacológicas que pueden ayudar a mejorar la sintomatología depresiva.